Se metió en mi cama creyéndome mujer. Acarició mi cuerpo desnudo sin dejarse un poro de mi piel. Aspiró mi aliento, penetró en mi boca y recorrió mi lengua con la suya. Me miró: clavó su mirada con los ojos de quien lo quiere todo. Se hundió en mi alma para encontrarme y yo me dejé hacer.
Le pedí cobijo pero sus manos descendieron por mi espalda sin remedio. Sentí sus dedos; uno detrás de otro; y quise que lo dejara, que cesara mi dolor…, pero le pedí más; inexplicablemente, le pedí más. Sonrió y me susurró algo que no entendí. Jugó con el vello de mi pubis y se entretuvo allí un par de minutos hasta que fue bajando lenta y calladamente hasta la profundidad de mis labios. Entonces, me besó y yo contuve mi primer gemido abriéndome literalmente. Liberé mi conciencia y dejé volar mi voluntad.
Me acarició con la misma dulzura que se mece a un niño; suavemente, como la brisa mueve la yerba; como si un mar en calma me susurrara al oído. El placer se prolongó hasta más allá de lo imaginable y no pude más cuando me supe atravesada de repente; cuando entró en mí.
Dos horas antes tomábamos café en el bulevar, disimulando caricias con nuestros dedos entrelazados y mirando embobadas el vapor que escapaba de nuestras tazas, como dos mujeres felices, tiernamente enamoradas. ¿Quién podría dudarlo?
Ella era una mujer preciosa, tan femenina como la sugerente masculinidad que se ocultaba entre sus piernas. Y yo no dejaba de esconderme tras la sombra de una mujer que se siente hombre hasta cuando duerme. Por eso le pedí que, esa noche, me dejara soñar mas allá de nuestra realidad; que me dejara volar hacia su cielo limpio y majestuoso.
«Mujer shombreada» es un microrrelato publicado en la antología del siguiente enlace:
Fallo del I concurso de relatos cortos ACEN: denuncia social
Un comentario
Pura ternura y pasión. Gracias por este momento.