Era la primera representación que realizaba en Valencia después de haber tenido que aplazar su gira teatral a causa del Covid en 2020.
Sacristán desea retirarse con esta obra tras finalizar su gira. A sus 85 años está dando un ejemplo de interpretación avalado por la experiencia de tantos años en este oficio que, como él dice, le dan algo de soltura.
Vi el espectáculo desde la segunda fila, así que disfruté los pequeños detalles de un Sacristán soberbio, rayando lo magistral. Lo vi llorar, gesticular con su expresiva cara de acelga, escuché quebrarse su voz, y pude distinguir las arrugas de sus tantos años que daban fe de las numerosas representaciones que llevaba a la espalda.
No me parezco demasiado a él, pero a veces me han sacado el parecido; quizá sea por el pelo blanco, su cara afilada, su tocha nariz y su porte serio al hablar, no lo sé, la gente saca parecidos de cualquier cosa; pero es verdad, que me identifico con él en bastantes cosas, sobre todo en su etapa más madura cuando te examina con esa mirada dura que parece perderse a lo lejos llena de nostalgia.
Antes de iniciar la función, la voz de una mujer nos aconsejó amablemente que apagáramos nuestros móviles, pero me llamó la atención que una voz grabada de Sacristán también nos hiciera la misma petición y que añadiera: «y también les ruego que controlen sus accesos de tos». Aquel ruego me hizo gracia, porque pensé que era una broma; pero no lo era. No creo que sea una buena idea sugerir a la gente que contenga sus ganas de toser, porque quizá sea contraproducente y cause el efecto contrario; de hecho, es lo que sucedió esa noche; nunca había oído más accesos de tos en ninguna función y Sacristán tuvo que parar la representación más de una vez a causa de un par de mujeres que no sabían cómo dejar de toser. Aun sintiendo lástima por las personas que entraban convulsivamente en ese no parar de toser, llegué a desear que abandonasen momentáneamente la sala hasta que se les pasara y pudiéramos digerir la vergüenza de los silencios autoimpuestos de Sacristán.
El caso es que, a pesar de todo, disfruté de la representación de «Señora de rojo…». Soy un gran admirador de la obra de Delibes y ya había leído la novela, pero la adaptación teatral y la puesta en escena me parecieron magníficas y acertadísimas.
A la salida, me firmó uno de mis libros. Quién iba a decirme que este enclenque de Chinchón me iba a proporcionar, a sus 85 años, una noche inolvidable. Gracias, don José. Gracias, señor Sacristán. Gracias, Pepe.