Cuando intentamos reconstruirnos después de la pérdida de un ser querido, cuando todo se viene abajo, solo podemos hacerlo a través de la fortaleza de nuestro espíritu, que quizá sea tan pesada como una pluma y para algunos tan poco importante.
Cuando sufrimos estas situaciones de pérdida, tendemos a cuestionar nuestros valores, generando un cambio, un reacomodamiento que nuestro propio espíritu nos demanda.
Después de un tiempo y con calma interior, somos capaces de ver quienes nos apoyan y dan soporte: la familia, la pareja, los amigos. Tal vez el trabajo, los estudios o las aficiones nos ayuden… pero, en definitiva, todo es cuestión de un delicado equilibrio entre tiempo y voluntad.
Mientras tanto, nos preguntamos cómo lograremos recomponernos… Buscamos tiempo y equilibrio.
Poco a poco, nuestras fuerzas regresan. Retomamos proyectos que teníamos olvidados o que habíamos postergado; tareas que requieren esfuerzo, paciencia, amor y compromiso con nuestro propio espíritu. Nada es sencillo, pero si se tiene voluntad…
Tal vez nos encontremos con alguien más que está perdido, porque también sufrió la ausencia de un ser querido o porque su voluntad ha menguado. Esa persona es un elemento más en nuestra red de equilibrio, porque todo lo que nos rodea, nos afecta, nos influye.
Con el tiempo, cada pieza comienza a ocupar su lugar. Nuestro espíritu se eleva. Todo vuelve a encontrarse en armonía con nuestro ser. La vida todavía tiene mucho que ofrecer y solicitarnos.
Casi hemos alcanzado el equilibrio espiritual. Creemos haber llegado a nuestro punto máximo… pero siempre hay una pieza más por acomodar. Es necesario encontrar esa pieza para poder colocarla en el sitio correcto de todo nuestro equilibrio.
Volvemos a sonreír a la vida y a nosotros mismos. Hemos completado un ciclo. Hemos cerrado un círculo de dolor. Pero todo esto no hubiera sido posible sin la fuerza de nuestro espíritu, sin el peso de una pluma.